
Experiencia en el COIBA
Por: Brigiht Natalia Núñez Méndez
Asignatura: Gramática
En el complejo penitenciario y carcelario de Ibagué COIBA, específicamente en la estructura II Bloque 4 (Reclusión de mujeres), habita un total de 423 PPL a la fecha.
Aproximadamente hace 5 años llegó trasladada a este establecimiento; al ingresar a esta estructura totalmente diferente a lo que ya estaba acostumbrada, generó un sinfín de emociones, ya que iniciar en una cárcel nueva es prácticamente comenzar de cero, nuevas compañeras, nuevos cuadros de mando, nuevas PPL, nuevos procedimientos. Pero aún así inicie con toda la disposición de aprender y de enfrentarme a nuevas experiencias.
Lo primero que encuentro al ingresar al bloque, es un niño corriendo jugando al escondite con su madre, aunque para mí no era nuevo ver un bebé en una cárcel, nunca dejará de afectarme y preocuparme esta situación, ya que conviven en una celda junto con su progenitora así ellos no tengan cuentas pendientes con la justicia. Mientras otros pequeños juegan al papá y a la mamá, estos niños imitan rutinas de la reclusión, "como jugar a la contada", Incluso, alguna vez uno se puso a llorar porque no lo requisé como a su madre, pidiéndome que quería que lo revisara con el “palito” refiriéndose al Garrett , así como habían hecho con su mamita. No son pocas las veces que la primera palabra de un niño o niña es “SEÑO” y no mamá, ya que es la palabra frecuentemente utilizada por parte del personal privado de la libertad para referirse a nosotras las dragoneantes.
Uno de los momentos más difíciles y traumáticos a diario, tanto para el menor, la madre y el personal de guardia, es la hora del paso a las celdas, donde algunos niños lo ven como un juego y corren entre carcajadas para no dejarse encerrar, otros entre llantos nos manifiestan… ¡seño! no quiero entrar a la celda, quiero seguir jugando. Definitivamente es triste ver la mirada inocente de un niño que apenas se logra observar por una pequeña ventana de la puerta, y así suene feo, prácticamente se encuentran cumpliendo una condena de un delito que no cometieron.
Los barrotes que protegen los patios son sorteados por los gritos de las PPL que ejercen el cargo de ordenanzas, recorriendo su patio buscando nombres para entregar documentos y llevar razones al personal de guardia.
Ahora bien, hablando de la convivencia y la relación PPL-Dragoneante, venimos de la escuela con un chip donde nos instruyen de una forma un poco alejada de la realidad y de las vivencias en una cárcel, ya que a diario toca sortear con diferentes situaciones y aunque suene jocoso no solo cumplimos con el rol de dragoneantes, también tenemos que hacer las veces de Psicólogas, enfermeras, abogadas, entre otras profesiones más.
Dentro del reglamento nuestra función principal como dragoneante es custodiar y vigilar el personal privado de la libertad, pero como no sensibilizarnos un poco o no sentirnos afectadas tras ver una madre llorando, pidiéndonos un consejo, queriendo desahogarse o quizás buscando una ayuda por parte de nosotras.
En una ocasión, una PPL se dirige a mí en llanto y me dice ¡Dragoneante ayúdeme! ... Al parecer su hija de 10 años había sido abusada sexualmente por un vecino, es un momento de impacto, donde la angustia y la tristeza invade, observar la impotencia en los ojos de esa madre, al querer acompañar en este momento tan desgarrador a su hija y al mismo tiempo saber que es imposible porque se encuentra cumpliendo una pena la cual le impide esto.
Este tipo de situaciones son muy comunes, ya que la mayoría de personas que se encuentran recluidas son de familias de muy bajos recursos, las cuales siempre están en situación de vulnerabilidad.
Cuando haces parte de las instituciones carcelarias es fácil comprender lo que realmente siente una persona que vive el encierro todos los días, cada hora, minuto, semana tras semana, mes tras mes, años e incluso décadas, difícil explicar el sentimiento de impotencia y de soledad que pueden llegar a sentir estas personas, porque el encierro agobia, desespera, crea ansiedad, los barrotes y cuatro paredes crean en ellos una lucha entre la incertidumbre y el pensamiento.
Aunque en esta reclusión no existe “la pluma “o “la cacique “ya que la autoridad somos nosotras las dragoneantes, de todas formas, siempre hay una PPL que es la que se encarga de distribuir la droga al interior de estos pabellones y por consiguiente muchas veces es la responsable de agresiones hacia otras PPL, por temas de deudas.
Otra situación con la que tenemos que vivir diariamente es con las autoagresiones, las mujeres que según ellas sienten tranquilidad con auto-inflingirse dolor, son varias las PPL que al día solicitan sanidad para que el médico cure sus heridas en diferentes partes del cuerpo; las heridas que se causan con cuchillas en ocasiones son tan graves, que es necesario que sean remitidas por urgencias al hospital.
Son un sinnúmero de situaciones, pero a la conclusión que puedo llegar es que ya las PPL fueron sentenciadas por un juez y mi labor aquí es contribuir a su resocialización. Los derechos de las personas privadas de la libertad son universales, sin importar cuál haya sido su crimen o su falta, son seres humanos.